Las coladas de vidrio (obsidiana) pueden hidratarse dando
lugar a la perlita. La dinámica externa del planeta genera a su vez
nuevos tipos de depósitos minerales. Las rocas se elevan desde el
interior de la corteza para dar montañas. Estas a su vez se desgastan
liberando físicamente los minerales que contienen y también disolviendo
otros materiales solubles por ataque químico. Los ríos, el viento y los
glaciares ponen en movimiento esos materiales que pueden acumularse
mecánicamente en aluviones, dunas, playas marinas dando lugar a los
llamados placeres. Oro, diamante, platino, arenas negras de hierro y
titanio, zircón, zafiros, rubíes, son algunos de los minerales que se
acumulan de esa manera. Los elementos disueltos en el agua pueden
precipitar químicamente en forma de sales, dando lugar a la sal común,
yeso, boratos, sulfato y carbonato de sodio. También pueden precipitar
químicamente las calizas, las sales de potasio, los minerales de
fósforo, minerales de hierro y manganeso, entre otros. Algunos de los
yacimientos de uranio se forman por el lavado de rocas ricas en el
elemento que entra en circulación por aguas superficiales o subterráneas
hasta que encuentran condiciones químicas favorables, en los que
precipitan dando los depósitos típicos de uranio y vanadio. En los
climas tropicales, las rocas ricas en aluminio se lavan dejando un
residuo enriquecido conocido como bauxita.
De esos barros fósiles se extrae precisamente el aluminio, uno de los
minerales clave de la civilización industrial. Cuando la erosión
destruye un viejo edificio volcánico pueden quedar a la intemperie las
vetas o cuerpos de sulfuros hidrotermales que se formaron en su núcleo o
en su basamento. Esos sulfuros se originaron a temperaturas y presiones
altas con respecto a la superficie. Al quedar expuestos a la presión y
temperaturas ambientes comienzan un proceso de oxidación en un símil a
un trozo de hierro que enterráramos en el suelo. Muchos yacimientos se
distinguen de lejos por los colores marrones de óxido de hierro que
tienen en su superficie. Los minerales comienzan a “pudrirse” y el
azufre que contiene, mezclado con el agua, va a generar ácido sulfúrico.
Este es un ácido muy corrosivo que tiene la capacidad de atacar a las
rocas y minerales convirtiendo a los sulfuros en sulfatos y generando
otras reacciones químicas que transforman a las rocas en superficie y
también en profundidad por la percolación de esos líquidos. El cobre
lavado de la superficie puede precipitar a mayor profundidad, donde
cambian las condiciones químicas dando lugar a un enriquecimiento que
puede transformar un pórfido de cobre pobre en un yacimiento de valor
económico, tal como ocurre en los importantes yacimientos cupríferos del
norte chileno. Esta brevísima síntesis de ninguna manera agota la
extensa tipología de los depósitos minerales, no solo a ras de los
continentes, sino también en los pisos de las cuencas oceánicas (ricos
en nódulos de manganeso) o en el interior de los volcanes que forman los
arcos de islas donde se encuentran importantes depósitos metalíferos
como los del tipo Kuroko, en Japón. En síntesis, los mecanismos
dinámicos de concentración planetaria de los elementos químicos
permitieron la formación de yacimientos minerales, y gracias a ello el
hombre pudo aprovecharlos para construir la civilización industrial y
tecnológica lo que de otra manera hubiese sido imposible.